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PERSPECTIVA: El Partido Republicano: un Muerto Viviente

Created: 18 March, 2016
Updated: 26 July, 2022
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7 min read

Varios partidos políticos estadounidenses han ido desapareciendo desde la época de los Federales de Alexander Hamilton, pero ninguno ha sufrido una muerte tan prolongada o dolorosa como la que le está ocurriendo al partido que alguna vez se le conociera como el Gran Antiguo Partido.

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Para quienes no han leído el comic ni visto el programa televisivo, The Walking Dead (Los Muertos Vivientes) relata las vidas de supervivientes infectados por un virus desconocido que convierte a quienes cruzan el umbral de la muerte en cadáveres que se comportan como zombis con apenas suficiente poder mental para rondar sin rumbo fijo, sedientos de sangre, en un estado de lenta putrefacción hasta que alguien les ponga punto final mediante un mortal golpe a la cabeza.

Las raíces del partido Republicano actual se remontan a la era de Abraham Lincoln en la que ex-seguidores de los partidos Whig y Know-Nothing se sumaron en oposición a la esclavitud, unidos en contra del popular Partido Demócrata. En general, los Republicanos eran partidarios de un estado de derecho, apego a la constitución y la protección de grupos minoritarios ante la tiranía de la mayoría.

Durante el siglo pasado, los Republicanos se convirtieron en el partido de una sólida defensa nacional, menor carga impositiva y adherencia a valores familiares tradicionales, en particular en contra del derecho al aborto. Eisenhower. Nixon. Reagan. Bush… No, ese Bush no, el primer Bush. Eso era el Gran Partido [Republicano].

Reagan y sus halcones de guerra apostaron en grande contra los rusos y terminaron por disolver la Unión Soviética, pero en el proceso acumularon una enorme deuda interna. Su filosofía económica, misma que se llegaría a conocer como Reaganomía, era que la reducción de la carga impositiva haría crecer la economía. Reagan se volvió el nuevo Lincoln; el símbolo del conservadurismo que parecía cimentaría la imagen del partido con vistas al futuro.

Sin embargo, en los inicios del siglo XXI el Partido tuvo un repentino giro hacia el partidismo que privilegió entablar batallas en materia del presupuesto interno y el matrimonio entre parejas del mismo género, dejando a un lado las metas más loables del conservadurismo. Los Republicanos le apostaron todo a ganar elecciones mediante el fomento de temas divisorios y se dieron a la búsqueda de maneras de recobrar el terreno ganado por los Demócratas con su tan popular Bill Clinton.

En 2008, los Republicanos sufrieron un devastador golpe cuando un Senador relativamente desconocido y apenas en su primer cargo, de nombre Barack Hussein Obama, derrotó al condecorado veterano de la Guerra de Vietnam y estandarte Republicano John McCain. Presagio de lo que depararía el futuro, los Republicanos eligieron a Sarah Palin como la mancuerna política de McCain. Su atractivo como contestataria se fortaleció por el apoyo de un creciente grupo de simpatizantes algo peculiares.

Lamiendo sus heridas tras dicha contienda electoral, los Republicanos acudieron a aquel creciente grupo de conservadores anti-gobierno que habían estado rondando por décadas sin que se les invitara al pastel: el Tea Party.

Los activistas de este último grupo eran más libertarios que republicanos en sus posturas, partidarios de un menor aparato de gobierno, una regulación de mercados casi nula y un aborrecimiento respecto de llegar a cualquier solución conciliatoria en materia de un gasto deficitario. En las vísperas de las elecciones de 2010, los Republicanos – desesperados por ganar curules en el Congreso Federal para montar una oposición a la agenda más liberal de Obama – invitaron a la bancada del Tea Party al pastel y promovieron a sus candidatos contestatarios para cargos en todo el país… y triunfaron… en grande.

Los Republicanos recuperaron 63 curules, así como una mayoría dentro de la Cámara de Diputados, abriendo camino para instalar a su nuevo Presidente de la Cámara, John Boehner. Sin embargo, en su frenesí de victoria pocos Republicanos se pudieron percatar que era en realidad el principio del fin. Los miembros del Tea Party recientemente electos al Congreso se unieron en un grupo que autodenominaron Freedom Caucus (Bancada de la Libertad) y comenzaron a oponerse a todo, incluso los planes presupuestarios de los Republicanos.

A su nuevo Presidente de Cámara empezó a dificultársele reunir suficientes votos para obstaculizar a los Demócratas. Una y otra vez en 2011 y 2012, los Demócratas superaron tácticamente los fracturados Republicanos y lograron la aprobación de importantes proyectos de ley y designaciones judiciales.

Para cuando llegó el momento de la campaña de reelección del Presidente Obama en 2012, los Republicanos estaban desesperados por alcanzar un triunfo. Durante toda su saturada temporada de elecciones internas, los candidatos respaldados por facción del Tea Party, entre ellos Michele Bachmann y Herman Cain, subieron como espuma pero eventualmente se fueron esfumando como ésta en la medida que el Partido se fue dando a la búsqueda de un candidato consensuado que estuviera en posibilidades de ganar las elecciones generales. A fin de cuentas, no otorgaron su apoyo a uno de los tradicionales lealistas del partido, sino que decidieron respaldar a un exgobernador del estado de Massachusetts con una inconsistente trayectoria en cuanto a apoyo a favor de un seguro médico universal y quien en su momento fue corredor de Wall Street. Mitt Romney no fue la primera selección de nadie, pero terminó siendo el candidato.

Un contestatario a quien los Republicanos le abrieron la puerta por ser un estruendoso opositor del Presidente Obama fue Donald Trump, el impetuoso multimillonario que contrató investigadores privados para encontrar el acta de nacimiento de Obama con la esperanza de comprobar la teoría del complot que aseveraba que un keniano habitaba la Casa Blanca. Aquello que se hizo en aras de apoyar a Romney terminó por abrir la puerta a que en campañas presidenciales Trump pudiera avalarse de acusaciones infundadas, mentiras descaradas, así como su constante amenaza de postularse a sí mismo, como una alternativa aceptable para ganar la presidencia.

Hoy, cuando encendemos el televisor y vemos los pubescentes debates entre los candidatos Republicanos restantes, no deberíamos tener que preguntarnos como es que llegamos a eso. Trump se aprovecha del enojo de los mismos simpatizantes que apoyaban a la bancada Tea Party y a quien nadie conocía hace seis años. Los Republicanos le abrieron la puerta a dichas posturas contestatarias e inusuales tácticas y en su desesperación por ganar las fortalecieron, y ahora esas fuerzas han salido de su control.
Donald Trump está apaleando a Cruz y a Kasich y ya se deshizo del predilecto del Partido, Marco Rubio. Dice que quiere construir un ENOOOORME muro en la frontera con México e impedir el ingreso de todo musulmán. Dice que va a recuperar los empleos perdidos a China. Dice muchas cosas. Incluso dice que en realidad no dice en serio todas las cosas que dice. Y ese hombre está arrasando con todo en su camino a la candidatura.

En vísperas de las elecciones internas de esta semana en Florida y Ohio, líderes del partido optaron por una estrategia de ‘divide y reinarás’ en la que por una parte dan todo su apoyo a Marco Rubio en Florida y por la otra su apoyo a John Kasich en Ohio con la única intención de evitar que Trump logre el número de delegados necesario para alcanzar la nominación por su propio derecho. Lo anterior implicaría que durante la convención de partido cada delegado estaría en posibilidades de votar por el candidato que guste sin importar los resultados de las elecciones internas. Se rumora que tanto Romney como el Presidente Actual de la Cámara de Diputados, Paul Ryan, serían los candidatos de respaldo precisamente para la implementación de dicha estrategia.

Ah, como nos gusta enredarnos.
El Partido Republicano pasó de proponer grandes políticas para moldear al mundo, a su actual intento de obstaculizar el proceso electoral. Muchos Republicanos señalan que la Convención Republicana de 1976 sufrió una situación similar; sin embargo, esto ni siquiera se acerca a la realidad. Ese año, se postulaba en oposición al Presidente Ford el exgobernador de California Ronald Reagan. Si bien es cierto que tenían diferencias políticas, la contienda no era por el alma del partido como es el caso de la actual.

Hoy, el partido Republicano asemeja a un zombi, rondando sin rumbo fijo en búsqueda de alguna manera de sobrevivir. Trump podría ser quien ponga punto final al partido mediante el metafórico golpe a la cabeza.
En caso que una convención disputada generara un candidato de conciliación después de que los electores hubieran elegido abrumadoramente a Donald Trump, marcaría la muerte definitiva del Partido como se le conoce hoy y el nacimiento de lo que muy probablemente se constituiría en dos partidos: el Tea Party y los restos del viejo partido Republicano.
Tal vez valga la pena investigar si el dominio losNuevosKnowNothings.com está disponible.